Figurativo

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El tiempo, esa extraña convención de enorme poder, transforma los gustos a su antojo, por ello creo que nuestra escala de valores debe sustentarse en algo más firme si realmente queremos que dicha escala nos sea útil como referencia y apoyo donde apuntalar nuestros criterios. A fin de cuentas, el gusto siempre estará en función de un sinnúmero de asuntos cuyo análisis requiere una reposada atención.

Conocí a Bartolomé Roca de espaldas. Por encima de su hombro (era yo uno de los muchos alumnos del curso Preparatorio de la entonces Escuela de Bellas Artes de San Carlos) observábamos con qué destreza y facilidad resolvía los ejercicios, a partir del natural, que la disciplina académica nos imponía. Desde entonces le tengo como un gran virtuoso del pincel. Paradójicamente, este virtuosismo se convirtió en el enemigo de su trayectoria profesional. Porque así como en cualquier actividad artística el estar especialmente dotado se transforma automáticamente en un valor, reconocimiento y mérito para el que lo posee, de un tiempo a esta parte, en las artes plásticas éste se niega o, cuando menos, se infravalora.

De entre las muchas cuestiones que en el mundo de la pintura precisan aclaración, ésta sería una de ellas. Sin querer introducirme de lleno en un tema que merecería un estudio más profundo, han confluido una serie de razones en el desarrollo de la pintura de nuestro siglo que lo han motivado, Así como las dos vías de mayor fuerza, la racionalista y la expresionista, que no precisaban de un dominio técnico fundamental, el rechazo al "bien hacer" por rechazo a lo académico, la crisis de la especialidad de la pintura con el conceptual, la aplicación de medios mecánicos y fotográficos a la pintura propiciada por el "pop-art", así como la potenciación por parte del mercado de valores individualistas, junto al empuje de una determinada originalidad, cada vez peor entendida, amén del rechazo por el arte del pasado inmediato, propiciaron que muchos pintores se viesen inmersos en una angustiosa carrera por encontrar "lo nuevo" de una manera artificiosa y en donde cualidades intrínsecamente pictóricas no tenían lugar. Hoy, cuando todas las tendencias están siendo revisadas y cuando la especialidad de la pintura parece no ponerse en tela de juicio, es un momento oportuno para saber valorar cada trabajo sin las pautas que el artista nos propone.

Bartolomé Roca va a ser uno de esos muchos pintores que, al inicio de su carrera, se ven (nos vimos) en la angustia de encontrar a toda prisa una "marca de la casa" que lo hiciese interesante en el mercado. Pero su amor a la pintura le hace recrearse con igual pasión, indiferentemente del asunto tratado en cada ocasión. No pudiendo aceptarse a sí mismo como un virtuoso intérprete de cualquiera de los lenguajes objeto de su interés, transcurren años en los que arrastra una angustia soterrada que le impedía en gran medida disfrutar de sus logros, pese a haber conseguido ser de los escasos pintores que conozco que viven holgadamente de su dedicación exclusiva a la pintura.

Larga y compleja ha sido la trayectoria de este pintor desde que expusiera individualmente por última vez en Valencia, antes de cambiar su residencia a Madrid. Su exposición en junio de 1975, en la desaparecida Galería Temps, a la que Roca estuvo vinculado, será seguramente recordada por los aficionados al arte de nuestro tiempo.

Actualmente, la confusión que impera en el mundo artístico, propiciada por las tendencias de moda que se imponen-superponen cada vez más aceleradamente, obliga, más que posibilita, a los artistas a hacerse fuertes en los valores que auténticamente les son afines. El pintor, definitivamente descreído de que la meta sean los premios y sus reconocimientos inmediatos, da rienda suelta a sus gustos, sin otro impulso que el de la propia autocomplacencia.

Las últimas obras de Bartolomé Roca nos muestran su mundo, su realidad. Una realidad fundamentalmente sensitiva que el pintor gusta de acentuar al extremo, como queriendo vivir en el seno de una ópera romántica. Drama, sensualidad, apasionamiento, son los ingredientes con los cuales parece sentirse más a gusto. Con ellos se introduce en un repertorio definitorio de sus preferencias. De Monet recoge sus maneras, su factura y dominio, Hay algo en los últimos paisajes que parecen querer rescatar la atmósfera de un Claudio de Lorena o de un Turner. Pero es Muñoz de Grein de quien Roca se siente más próximo.

En los últimos años, y viniendo de un informalismo a veces lírico, a veces trágico, su pintura ha evolucionado con la apoyatura en un referente figurativo que no se basa en modelo físico alguno, sino que responde a un modelo mental-ideal, hacia un paisajismo colorista, con referencia en gamas frías de grises, azules y rosas pastel, que tienen el tono complaciente-irritante de ciertos cuadros rurales del rococó.

El frenesí con que Bartolomé Roca pinta es sin duda indicativo de que ha encontrado un camino que le permite expresarse con facilidad. Verle pintar es ya de por sí un espectáculo que está vetado para la mayoría de los aficionados, pero que puede intuirse en la contemplación de las obras terminadas. Verle pintar con tal arrebato como el que en la actualidad nos muestra, viene a ser el mejor indicio de que el pintor ha encontrado el terreno propicio para una fructífera producción que configure su realidad y la de todos aquellos que se emocionen con su presencia.

FERNANDO MACHADO
Valencia. Octubre 1988

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